MANU TAIS - BLOG

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domingo, 5 de julio de 2009

Primera Novela de Maria Jose Moreno Diaz

La Caricia de Tánatos
La intensa claridad que ilumina el dormitorio me anuncia, nada más abrir los ojos, que de nuevo me he quedado dormida. Aparto bruscamente la sábana y salto apresurada de la cama, dirigiendo mis pies descalzos hacia el baño. De un tiempo aquí me sucede con demasiada frecuencia, no puedo dormirme por las noches y cuando al fin lo logro, duermo tan profundo que por las mañanas no oigo el zumbido del despertador. Mi perra me observa desconcertada desde su cama. Anoche me quedé leyendo hasta las tres de la madrugada. No cerré el libro hasta que me sentí tan cansada que pensé que conciliaría el sueño nada más apagar la luz. Pero no fue así. Cuando el dormitorio quedó a oscuras, los fantasmas interiores hicieron su asidua aparición y ni siquiera las técnicas de relajación, que yo misma sugiero a mis pacientes, surtieron efecto. Así estuve hasta las cinco de la madrugada.Una ducha casi fría me entona lo suficiente como para librarme por el momento de la resaca del insomnio. El primer paciente llegará a las diez de la mañana y son las diez menos cuarto. Abro el armario y escojo un pantalón vaquero y la primera camisa de manga corta que encuentro. Me aliso el pelo con los dedos y corro hacia la entrada. Lleno el comedero de la perra de pienso y cojo la chaqueta que cuelga de la percha y el bolso que llevé el día anterior. Cierro la puerta y echo la llave. Descarto utilizar el coche, a esta hora el tráfico es muy denso. Ando a paso ligero las cinco calles que separan mi casa de la consulta, incluso corro en algunos momentos. El resultado es que sin resuello, pero con tres minutos de adelanto sobre la hora prevista para la primera cita, abro la puerta topándome de frente con Marta que, preocupada por mi tardanza, al oír mis pasos se apresura a abrirme. —Buenos días, Marta. Me he vuelto a dormir. Dame un minuto para que mi corazón se serene y comenzamos. Cuando llego a mi despacho aparto a un lado el correo que Marta me ha dejado encima de la mesa y, como siempre, examino las historias clínicas de los pacientes de ese día. El calendario de mesa me acosa mostrándome sin compasión la fecha de hoy: dieciocho de septiembre de dos mil ocho. El estómago se me encoge una vez más en una mezcla de miedo, odio y esperanza que me embarga desde hace días. Marta asoma la cabeza por la puerta mientras señala con el dedo el reloj de su muñeca, haciéndome notar que la hora ha llegado. —Es David, y creo que no viene muy bien.—De acuerdo. Pásamelo. Suspiro profundamente. Lo que menos necesito en el día de hoy es pasar los siguientes cuarenta y cinco minutos tratando de solucionar los problemas creados por la impulsividad de un adolescente malcriado que asiste a terapia motivado sólo y exclusivamente por la insistencia de sus padres, que amenazaban con quitarle la moto si dejaba de acudir. Pero forma parte de mi trabajo, así que recurro a mi profesionalidad y me dispongo a recibirle. La sesión transcurre dentro de la normalidad, es decir, una pérdida de tiempo para ambos. Cuando se marcha, anoto en su ficha: “Hablar con los padres para dar por finalizado el tratamiento”. Suelto la pluma y recuesto mi espalda en el alto respaldo del sillón. Tengo diez minutos de descanso antes del siguiente paciente. Entorno los ojos y por un instante, intento relajarme. Escucho hablar a Marta. —Mercedes, ¿has visto la correspondencia? —No he tenido tiempo —le respondo abriendo los ojos y echando el cuerpo hacia delante—. ¿Por qué? —Cuando llegué esta mañana, el portero me dio una carta. Es de un paciente que estaba citado para hoy a las doce. Igual te escribe para anular la cita. Si es así, me vendría muy bien salir en esa media hora a la papelería, porque a Alba le han pedido en el colegio que lleve… Ésta es —dice mientras me la muestra con cara expectante. —¿Has dicho a las doce? ¡Dámela! —le ordeno sin esperar su respuesta.Rompo el sobre violentamente. Mis manos tiemblan y con dificultad, extraigo la carta. La desdoblo y al ver la pulcra escritura, noto una aceleración en el corazón y un retortijón en el vientre que me hace encogerme. Levanto la cabeza y lanzo una mirada a Marta mezcla de expectación, súplica y miedo. Sin embargo, ésta no entiende nada de lo que allí sucede. Nadie lo sabe más que yo.
16 de Septiembre de 2008Estimada Mercedes:El día 18 de septiembre estoy citado contigo, pero lamento comunicarte que no acudiré. Me he marchado de la ciudad.Sé que te extrañará recibir esta carta, pero no me gusta faltar a mis citas y menos con mujeres como tú. Te debo una explicación.El interés que mostraste por “mi problema” fue muy importante para mí. Aunque he de confesarte que no existía. Todo era inventado. No tengo ningún conflicto con las mujeres. Ellas me adoran. Fuiste para mí una gran maestra y sobre todo una excelente competidora. ¿Tú crees en el destino? Yo sí, ciegamente. Hace y deshace a su antojo y es precisamente el destino quien nos ha juntado. ¡Joder, Mercedes! Tú y yo somos poderosos, fuertes. ¿No te has dado cuenta de la buena pareja que formamos? Las lágrimas me inundan los ojos y me impiden seguir leyendo. La carta cae de mi mano y resbala hasta el suelo. El miedo me hace temblar. Es un desalmado y ha puesto sus ojos en mí…